«No te quiero más, pero he regresado». El caso…
En la historia ha habido casos de personajes famosos ―especialmente en el mundo del espectáculo― que en un momento dado deciden que es tiempo para la retirada y la anuncian públicamente para que se entere todo el mundo. Sus acongojados fans les rinden sentidos homenajes, sueltan alguna lágrima resignada y se marchan por ahí en busca de algún otro ídolo al que aclamar.
Claro está, que a los pocos meses reaparece el «retirado» tan campante, ofreciendo disculpas por el error de irse tempranamente y se monta otra vez en el escenario ante el clamor enfebrecido de la audiencia.
Una táctica similar la emplean ciertos amantes que ya han enfriado sus apasionamientos y armados de una frialdad escalofriante, plantean el adiós «definitivo» a sus parejas, solo para reaparecer tiempo después con el rabo entre las piernas, a pedir perdón y el reenganche inmediato, con todos los beneficios a los cuales habían decidido renunciar.
Mediante frases lastimeras del tipo: «Dame otra oportunidad, prometo hacerte feliz, perdóname por favor, he cambiado» ― y cuanta petición de indulto se les pueda ocurrir, intentan conmover al corazón más endurecido por la decepción, el dolor o la rabia que ellos mismos han generado con su irresponsabilidad.
Quien cede a sus peticiones, creyendo que ¡esta vez sí se dará el anhelado paso hacia la felicidad!, descuida el hecho de que tal reversibilidad del adiós, deja la puerta abierta para que se inicie el patético juego de Yo-Yo en el cual se ven envueltas muchas relaciones, con la consecuencia de no poder vivir bien juntos pero tampoco llegar a separarse como deberían.
La ilusión basada en el puro deseo, una empecinada negación de la realidad y un mecanismo neurótico de repetición, apoyado en el viejo refrán: «Más vale malo conocido que bueno por conocer», hacen la horrenda combinación que a la larga resulta en un padecimiento crónico e incurable.
Conviene recordar a los participantes en semejante sainete pseudoamoroso, que el «adiós» del corazón debe ser correctamente meditado, antes de convertirse en palabras que quieran ser las últimas.
De otra manera, mejor sería guardarlo hasta que se hayan agotado todas las instancias de análisis y no quede otro remedio que largarse con buen viento.
Optar por la reversibilidad es arriesgarse a sufrimientos renovados por las dolorosas ausencias y los reencuentros que no tienen nada de placenteros.
Irse para volver, sin una verdadera reparación o solución de las causas que condujeron al primer rompimiento es igual a anudar un cordón de zapatos que se ha roto y querer pasarlo de nuevo por el agujero.
De poderse se puede, pero ¿no sería mejor desechar el cordón roto y hacerse la vida más fácil poniendo uno de estreno?
Claro, que en esto hay implicada una dosis de valentía y sabido es que el valor desaparece, cuando el espantajo de la soledad sopla su frío aliento en la oreja de los humanos.
¿Qué le vamos a hacer?