Anestesia emocional. ¿Una buena protección contra los dolores ?
Asistí como invitado a un programa de radio en el que había línea abierta para que los oyentes pudieran participar.
Uno de los que llamó fue un hombre que comenzó anunciándose como «trastornado». Afirmó carecer de la menor capacidad de empatía hacia la gente, le importaba muy poco lo que les aconteciera a sus semejantes, era indiferente a todo, solitario y negado a la amabilidad que tanto gustaba a los hipócritas.
Por alguna razón particular, el señor parecía de lo más interesado en ser tildado de psicópata. Sin embargo, su prolongada letanía acabó traicionándolo.
Dentro del cartapacio de rasgos negativos que mencionaba, incluyó el hecho de amar únicamente a su hijo de cinco años. Esto me dio la clave para salir de la parálisis en que nos había sumido el discurso autodestructivo de aquel extraño personaje. En un momento dado le interrumpí para sugerir que en lugar de ser un «trastornado», lo que sentía era un gran temor a sufrir.
Por el auricular pude captar una vacilación en su voz. Respondió que quizás pudiera yo tener razón y aun cuando siguió insistiendo hasta la despedida en su proclama de anestesia emocional, el tono había cambiado. A los presentes nos pareció el de alguien que se iba entristeciendo.
Este caso es un ejemplo de cómo algunos individuos frágiles en su personalidad y extremadamente sensibles, deciden resguardarse tras una armadura de rudeza y así alejarse de todo lo que pueda hacerles sufrir.
Por lo común son personas que en el pasado depositaron su confianza en otras que les traicionaron o maltrataron sus afectos y de allí en adelante, optaron por «anestesiarse» para evitar males mayores.
Claro está, que tal vez sin darse cuenta, caen en la fórmula que dice: Peor es el remedio que la enfermedad.
La soledad y la energía que gastan en defenderse hacen que cada día que viven les sea duro y penoso. Teóricamente no sienten ni padecen, pero en el fondo son víctimas de su propia tortura, porque debajo del caparazón defensivo que se han colocado todavía albergan la esperanza de que alguien vaya a liberarlos.
El miedo a ser heridos les hace olvidar que en ellos mismos está el poder para curarse de decepciones o porrazos que les dé la vida.
¿Que por todas partes hay embusteros, traidores y falsos amigos? ¡Por supuesto! ¿Que mejor se está sin arañazos emocionales o protegido de lesiones dolorosas? ¡Sin duda!
Lamentablemente aquel oyente me dejó sin preguntarle:
―¿Acaso no tienes recursos para reponerte de los maltratos o el vapuleo que te pudiera causar la malignidad ajena? ―y añadir como colofón ―. Si careces de elementos reparadores, ¡pues nada!… a ponerte el casco, el peto y la cota de malla y a envejecer dentro de tu coraza. Allí estarás a salvo de la vida. Es decir, más o menos muerto pero desde luego, alejado de todo sufrimiento.
Ojalá el hombre ande por ahí en las cercanías y pueda leer esta breve nota que lo tiene como protagonista.
―«Trastornado» no… asustado es lo que estás.