El amargo jarabe de la felicidad. ¡Te lo tragas…
Una amiga (ex-paciente) me escribió muy enojada pidiéndome que escribiera algo más sobre el rayado tema de la felicidad a la fuerza.
Según cuenta, su marido ha estado asistiendo a ciertas «terapias» antiestrés en las cuales inculcan a los participantes la necesidad de vivir permanentemente alegres y tomarse a la ligera los problemas.
Aun cuando al principio parecía raramente calmado, con el pasar de los días ella lo había venido notando más deprimido y extraño en su forma de ser.
Una tarde lo escuchó sollozando en el sofá que acostumbra usar para relajarse.
Mi amiga corrió a averiguar el motivo de su malestar.
―Es que no puedo estar feliz. Soy una porquería ―exclamó el pobre hombre, ya en franco y lastimero llanto.
Mi amiga no pudo contener su enfado. A la desesperada, gritó:
―¡Manda al carajo la felicidad y siéntete como te dé la gana! ¿Qué diablos? Si estás triste, llora como un cabrón, pero deja de atormentarte con esas estupideces.
Aquí tuve yo que reírme. Sin leer el resto de su correo, era fácil anticipar el resultado de aquella bofetada emocional que le había propinado al marido.
«Fue como si hubiera despertado de una pesadilla. El tipo se calmó, se levantó del asiento, me abrazó y desde entonces está mucho mejor. Y por cierto, no ha ido más a los talleres de la felicidad», decía en el siguiente párrafo.
¡Y claro!, ¿cómo iba a ser de otra forma?
El efecto de aceptar una manifestación depresiva redunda en un estado de bienestar. ¿Por qué? ¿Porque se cura la tristeza o se resuelven los hechos reales que preocupan?
En verdad, no. La tranquilidad proviene de sentirse uno auténtico y que, aun estando agobiado por cualquier causa, hay quien lo comprenda sin añadirle dosis de culpabilidad a su sufrimiento.
Los fabricantes de la felicidad en píldoras ―o en jarabe (como lo define mi amiga)― son ignorantes de esta dinámica y en vista de que su interés básico es vender sus productos, recetan la falsa medicina a diestra y siniestra, como si tragando embustes pudieras revertir unos procesos psicológicos que tienen su base en la realidad.
Terminé la lectura, pensando en lo inútil que sería volver a insistir sobre el tema; pero dado que me comprometí a redactar un nuevo alegato contra los improvisados y que hoy el día está gris, como les gusta a los melancólicos, aquí les dejo mi contribución.
Ojalá sirva de reflexión y cambio de actitud.
De no ser así, al menos mi amiga quedará satisfecha.