La depresión y cómo se juega con ella
He meditado e investigado mucho antes de lanzarme a escribir sobre un tema espinoso en el cual pulula la irresponsabilidad y la facilidad de análisis.
Durante los más de 30 años que llevo tratando con personas que sufren de diversos tipos de conflictividad emocional, he visto cómo aquellos que caen en un cuadro depresivo se hallan envueltos en una maraña de tratamientos ―muchos de ellos improvisados o sujetos al azar― a menudo confirmadores de que en ocasiones «el remedio es peor que la enfermedad».
Cuando uno se pone a examinar el panorama con detenimiento, pronto descubre que existe una suerte de juego competitivo en el cual cada participante apuesta a lo suyo para sacar provecho y quizás alzarse con el premio que se entrega al que más cerca estuvo de la diana.
Por un lado están los que suenan a resignación, asegurando que la depresión no se cura debido a que es genética, afirmando que lo mejor es paliarla como se pueda y adaptarse a vivir medio tristes o apagados hasta que la muerte los separe, a ellos y a su fantasma perturbador.
Por otro, aparecen los que se han empapado de neurociencia y le echan la culpa de todo a los benditos neurotransmisores. Es decir, que si tienes problemas con el flujo de Serotonina, Dopamina y Noradrenalina, estás frito… al menos por un tiempo, mientras no se invente una forma eficaz y permanente de que retengas estas sustancias en el torrente sanguíneo.
Claro, que tampoco faltan los espiritualistas afiebrados portadores de las banderas del karma; el aura oscura; la «sombra» (que le robaron a Jung); las malas influencias de los envidiosos y cuanta monserga se les ocurra para explicar el fenómeno del abatimiento que caracteriza a sus seguidores.
Mi pregunta ante la barahúnda de opiniones tiradas al voleo o al escuchar de acercamientos científicos que con sana o perversa intención se ocupan de la depresión, es: ¿Por qué el ser humano es tan incapaz de mirar hacia dentro cuando quiere buscar respuestas a sus temas más agudos y prefiere más bien apuntar a las estrellas, donde lo que hay es gas nebuloso y confusión?
―Es que mi familia tiene una larga historia de depresión y suicidio. Mi destino está marcado… ―dicen algunos pacientes atardecidos de consultas y embutidos de medicamentos antidepresivos, ansiolíticos, psicotrópicos o cuanta sustancia le hayan recetado las «eminencias» que les han atendido por unos minutos en los cuales se limitaban a pensar sobre el último producto farmacéutico que se haya puesto de moda.
Tanto los profesionales de la psiquiatría que actúan de ese modo como quienes están deprimidos, descuidan el hecho de que así como las familias enseñan a los niños a hablar, a comportarse y adaptarse al medio social igualmente modelan un esquema denominado: ESTRATEGIAS DE SOLUCIÖN DE CONFLICTOS:
Es decir, lo que debe hacer un ser humano cuando se ve enfrentado a una encrucijada generadora de ansiedad.
Dependiendo de las posibilidades para salir airosamente del atolladero se elegirá uno u otro camino. Por ejemplo, si el bisabuelo se pegó un tiro debido al hundimiento de sus negocios, en la mente del hijo probablemente quede grabada la experiencia como una vía de escape considerable a la hora de verse contra la pared.
Esto podría condicionar que en una situación similar, (tomando en cuenta la multifactorialidad de los eventos psicológicos), el hijo decida poner fin a su vida al verse atrapado en una situación adversa que estima como insoluble. Así se va construyendo una cadena que pasa de generación en generación y darse por irrefutable la secreta actividad de un malvado gen promotor del suicidio.
¿Qué hacer en ese caso? Pues, nada. Contra la genética nadie puede oponerse y lo que queda es entregarse a la fatalidad.
El factor emocional.
―Esto que tengo es una enfermedad muy grave para la cual los médicos no han encontrado una cura― afirma una señora de mediana edad y cara compungida, quien jamás ha sabido cómo manejar sus elemento rabiosos, los cuales fueron aplastados duramente en el período de su formación familiar.
La rabia, esa emoción a la que comparo con un combustible (sirve para poner en marcha el motor de la asertividad o para producir una explosión destructiva), está en la base de todos los discursos depresivos que he escuchado.
Y vuelvo a preguntar:
¿Por qué no se le otorga la importancia que tiene a la comprensión del mecanismo que motiva la rabia y a la organización del complejo sistema emocional que se ha distorsionado en la depresión?
Haciendo honor a los bien intencionados me abstendré de apuntar dedos acusadores hacia los jugadores enfrascados en el forcejeo por atraerse la gloria de ser «curadores» de la depresión. Pero, ¿no sería bueno percibir una dosis de humildad en la contienda?
En mi papel de un veterano que ha transitado por los vericuetos de la mente humana reduciré su intervención a señalar la importancia de una vía poco recorrida hasta ahora, como es la psicoterapia profunda.
¿No se les ha pasado por la cabeza a los sesudos investigadores que allí podrían topar con claves importantes para dilucidar el misterio?
Dado que el sufrimiento es básicamente emocional (aun cuando tiene derivaciones en el plano fisiológico), ¿no sería una táctica inteligente ir al fondo de la personalidad del afectado y extraer conclusiones útiles para convertirlas en herramientas de trabajo?
El punto final para la reflexión vendría a ser entonces:
Si cada día sale al mercado una nueva pastilla «milagrosa» la cual da paso a otra que fracasa en producir el «milagro»; si la explicación genética NO ha sido respaldada hasta hoy por confirmaciones válidas y si cuanto se dice sobre la depresión casi siempre viene envuelto en un manto de dudas o interrogantes en espera de ser resueltas; ¿será disparatado poner un foco de atención en el aspecto emocional y hacer que la persona depresiva recupere su nivel de participación en el tratamiento, con un rango mayor de esperanza?
¿Por qué seguir jugando a los dados con el destino de un porcentaje altísimo de seres que merecerían una vida más satisfactoria?
¿Negocios?, ¿banalidad?, ¿ignorancia?, ¿falta de empatía?… saque usted sus conclusiones.