Marte y Venus. ¿Mujeres contra hombres? ¡NMJ…!
Creo que nunca terminaré de entender el esfuerzo que dedican algunos sectores de opinión a separar a los dos sexos en entidades muy distantes y hasta en posiciones violentamente antagónicas.
Esa energía, digna de mejores causas, casi siempre es orientada a reforzar una confrontación absurda, llena de intenciones muy particulares que solo acaban satisfaciendo a sus cultores, por razones que solo benefician a los conflictos que llevan dentro sin resolver.
En este sentido, los vehementes voceros portadores de la idea que hombres y mujeres pertenecen unos al planeta Marte y otros al remoto Venus, actúan como un padre que teniendo en casa a dos hijos, un varón y una hembra, hiciera todo lo posible por remarcar sus contradicciones, asegurando que no pueden llevarse bien entre ellos porque a él no le da gana y los pusiera a rivalizar en sudorosos intentos por ganarse la preferencia afectiva de la familia
Una práctica de tal índole solamente puede arrojar como resultado un hogar desequilibrado y anárquico, en el cual cada uno vive «en su mundo» o peor aún, parapetado tras unos valladares protectores para evitar la intromisión de aquellos a quienes califica como enemigos peligrosos.
La verdad que permanece incólume detrás de tanta palabrería sobre el tema de la separación de los géneros es que, tanto los hombres como las mujeres somos seres humanos residentes en un mismo ámbito terrenal y muy parecidos en nuestras aspiraciones por alcanzar una vida medianamente satisfactoria.
Con ciertas excecpiones algo patológicas, TODOS los especímenes ocupantes del primer peldaño en el reino animal deseamos y enarbolamos el derecho a que se nos estime y sea respetada nuestra dignidad personal.
De modo que la malhadada ubicación en Marte o Venus es en esencia una patraña miserable que en nada contribuye a una mejor convivencia en la sociedad.
Cada vez que escucho una idiotez semejante, vuelvo a preguntarme con desazón: De ser eso cierto, entonces, ¿qué rayos hacemos deambulando por la Tierra?
A esta interrogante le siguen otras reflexiones no menos escalofriantes:
Por derivación de lo expuesto, ¿los hombres deberíamos conformarnos con habitar en un espacio lleno de machos solitarios como nosotros y las mujeres arrinconadas en el suyo, sin conexión que permita al menos uno que otro escarceo amoroso-erótico con los alienígenas que deambulan entre estrellas y asteroides trashumantes?
Y a consecuencia del aislamiento autoimpuesto por los sesudos teóricos de esta suerte de apartheid sexual, ¿no estaríamos acaso en ruta a una prontísima y drástica extinción?
Vaya una reverencia para quienes mantienen las barreras, convencidos de que la línea divisoria les pagará dividendos en reconocimiento y exaltación universal; pero lo que soy yo me distancio de ellos y si tengo que irme a Júpiter, pues así sea.
Lo cierto de todo es que por encima de las diferencias entre hombres y mujeres ―que las hay ¡gracias a Dios!-, la posibilidad de entendernos y llegar a la complementariedad, está al alcance de la mano.
Basta únicamente con asumir una posición menos arrogante y aceptar que la igualdad es un mito innecesario; que los humanos podemos compartir con alegría el terreno que pisamos y que es más agradable casi cualquier actividad con personas distintas a uno, aun cuando esto requiera salir del nicho protector que nos identifica.
Mi invitación para la gente sensata es a desmenuzar con inteligencia los clichés que se venden por ahí en forma de ideas luminosas y a defenderse de las consignas que proclaman una supuesta rivalidad insoluble entre los géneros.
Feministas radicales y machistas retardatarios sí que deberían ser enviados en un cohete sin retorno a poblar las agrestes extensiones marcianas y venusinas.
Los demás nos quedaríamos tan contentos en esta roca giratoria que se habría vuelto menos peligrosa.