
NOS FALTAN METÁFORAS (Un vistazo al sexo y la…
Como suele ser mi estilo de comunicación, en este artículo solo haré referencia a la metáfora en términos simples y directos. Nada de largas y sesudas disertaciones que le den ganas de dormir al lector.
De modo que me disculpas si al comienzo me veo obligado a hacer una definición y plantear ciertas distinciones que permitan aclarar correctamente los conceptos.
La metáfora ―sin acudir a la RAE―, es una construcción lingüística que representa a una realidad a través de otra diferente, pero en cierta forma semejante a la que se quiere describir.
Por ejemplo: «El plomo de la tarde» o «Una lanza de sol le atravesó las pupilas».
Estas son formas poéticas de hablar o escribir, diseñadas para tocar la emoción de quien va a recibir el mensaje.
¿Por qué son importantes las metáforas?
La respuesta a esta pregunta es sencilla: son importantes porque el lenguaje en los seres humanos, no es tan solo un medio para entablar relaciones, sino que además es una forma de percibir el mundo.
En tal sentido, las palabras que pronunciamos tienen una configuración común a quienes entienden el idioma en que se expresa lo dicho y un significado más profundo conectado a las emociones, tanto del emisor como del receptor.
De allí que si insultas a alguien en un idioma que no maneja, tal vez no se dé por enterado, a menos que tu tono vocal o tu expresión corporal le informen del contenido de lo que le acabas de decir.
La emoción transmitida, así como la interpretación de tu conducta que haga el otro, será lo que a fin de cuentas decidirá el resultado de la transacción establecida entre ambos participantes.
Entonces, nos quedamos con el hecho emocional para otorgar importancia al uso de la metáfora.
¿Vamos bien?
Perfecto.
―Los perversos creen ser muy creativos y más libres en el sexo que el común de los mortales ―decía mi profesor de psicoterapia―. Se equivocan. Ellos están peor que cualquier persona no perversa, porque han despojado al acto sexual de la metáfora que lo hace emotivo y verdaderamente humano.
―La salchicha alemana ha metido su cabeza en el molinillo y nosotros ahora tenemos la manija ―vociferaba un Churchill exultante, luego de la invasión a Francia por la costa de Normandía.
He escogido un par de citas que me parecen reveladoras de nuestras carencias actuales en dos campos que determinan mucho de lo que vivimos a diario.
La «modernidad» nos ha encandilado con imágenes eróticas despojadas de velos y sugerencias. El sexo es animal, a veces brutal, circunstancial y silente. Las escenas diseñadas en los laboratorios de la pornografía se nos presentan casi sin palabras, en ritos más propios de un cortejo guiado por los instintos que por el pensamiento racional.
La metáfora ha desaparecido de la publicidad destinada a reforzar los impulsos genitales y los espectadores quedan atrapados entre copiar el modelo o correr el riesgo de ser etiquetados por sus parejas como pobres de imaginación, expuestos a que vengan otros más «liberados» a arrebatarles el preciado hueso del hocico (valga la metáfora).
Y si es por el lado de la política, líderes del tipo Hitler, Churchill, Walessa, Fidel Castro o Mandela, no se atisban ni a mil millas de distancia.
Quienes desde hace unas cuantas décadas han logrado encumbrarse en el poder han sido más llevados por la consigna de «peor es el otro» en el pensamiento de sus seguidores que por los méritos de liderazgo que puedan exhibir.
Los discursos de individuos como Donald Trump, Alexis Tsipras, Pedro Sánchez o Andrés López Obrador (sin olvidar en Venezuala a Henrique Capriles o el mismo Juan Guaidó), por mencionar solo unos pocos, son lineales, resecos, estériles, sin la pasión que caracteriza a un personaje guiado por sentimientos en los que cree firmemente.
«Las masas se mueven por pasiones» ―aseguró Gustave Le Bon. Y las pasiones son movilizadas por un lenguaje que incluya metáforas contundentes, bien elaboradas y que galvanicen a un conglomerado en la ruta hacia las metas propuestas.
En fin, que hoy en día estamos vacíos de contenido metafórico en casi todo, a excepción de las lamentables letras de composiciones musicales que hablan de «Meter la nariz en tu pecera» o «La quinta pata de un gato cojo».
¡Dios!, mejor suspendo aquí mi exposición y me voy a escuchar el Bolero de Ravel el cual es infinitamente repetitivo y sin metáforas, pero al menos es instrumental y alguna emoción me causará.