¿Sabes quién es tu pareja? Podrías creer que sí,…
Quiero descartar de antemano el tinte paranoide que pueda haber dejado el título escogido para este artículo, diciendo que en él no vamos a hablar de los viles engaños a los que ciertas malas personas someten a sus contrapartes sentimentales.
Ese tal vez sea un tema para futuros análisis, si es que el mismo te causa alguna inquietud por lo que acontece en tu vida misma o si es que tan solo deseas meter tus narices en los asuntos ajenos.
De momento pondremos a un lado la espinosa dinámica de la mentira compartida y nos ocuparemos más bien del ámbito que he dado en llamar: «El mundo de las imágenes».
Sucede que las experiencias vividas ―dependiendo de su intensidad afectiva―, suelen dejan huellas de memoria en el cerebro las cuales influyen en la percepción que tengas del medio que te rodea, haciendo que en ocasiones se confundan imágenes del pasado con las que encuentras en tu medio actual.
Para decirlo en otras palabras: Que una cara, una actuación o el intercambio con un individuo que tienes al frente, podría estar bajo la influencia de un fantasma que llevas guardado en el recuerdo y hacer que respondas de forma inadecuada.
El fenómeno confusional descrito es más influyente en lo que a materia de pareja se refiere.
¿Cuántas veces un hombre no increpa a su mujer porque esta le reclama algo normal de la vida cotidiana y el energúmeno salta como el adolescente que era, cuando su madre le exigía estudiar más o ser más ordenado?
Por su parte, ¿cuántas mujeres no se enamoran de un hombre que baila, tiene el tono de voz o el plante magistral de su padre?
Igualmente, ellas tienden a reaccionar de mala manera si ese galán que las puso en un momento a temblar de pasión, ahora es un barrigón descuidado que pide el café al estilo de un papá que antes aprendieron a aborrecer.
Tales procesos deformantes de la realidad pueden darse también con respecto a parejas del pasado, hermanos, amigos, profesores o cualquier vivencia que dejó su marca en tu «álbum de fotografías» mental.
―¡Eres como todos los machos que quieren imponer su voluntad! ―le gritaba rabiosamente una chica al novio que para nada se mostraba agresivo o dominador.
―Apenas me ves cómodo te inventas algo que ordenarme ―decía con amargura un señor a su esposa que en absoluto estaba siendo caprichosa o necia.
Es preciso entonces, que estés muy alerta y revises con cierta objetividad los estímulos que entran por tus canales sensoriales (vista, olfato, tacto, etcétera), para asegurarte de que en efecto te estás relacionando con el personaje que elegiste libremente y en pleno uso de tu adultez y no con un fantasma emocional que guardas dentro.
Si vas a amar a alguien, que sea el que es.
Si vas a defenderte de un atropello, que este sea auténtico y no fantaseado.
Si quieres disfrutar de los placeres de una buena compañía, más te vale que sea tan verdadera como el ser humano REAL con quien estás compartiendo el momento.
Recuerda que desconocer al otro te hace tanto daño a ti mismo(a) como se lo ocasionas a quien está ahora contigo.
Mejor te irá sabiendo con quién andas, para saber quién eres (adaptación libre y atropellada del viejo refrán, pero tú me entiendes, ¿verdad?).