Todos estamos sanos… hasta que aparece «la araña»
Hace ya algún tiempo, poco antes de graduarme, trabajaba como Jefe de Personal en una empresa del estado.
Por supuesto, nada tenía que ver aquel cargo con el ejercicio clínico y mucho menos estaba yo capacitado para resolver algún evento emocional, como no fuese mediante una frase hecha de esas que los niños escuchan de sus madres.
El caso es que un día repentinamente apareció en mi oficina una secretaria con los ojos desorbitados, balbuceando:
― ¡Tú, que eres psicólogo! ¡Ven!… ¡Corre, que se va a matar! ¡Apúrate!
― ¿Qué pasa?, ¿quién se va a matar? ―preguntaba yo, mientras la atribulada chica me llevaba a los empujones por el pasillo.
Llegamos al departamento de finanzas donde me recibió un grupo de empleados, todos con las expresiones faciales del náufrago que avista un bote salvavidas.
― ¡Dile algo!… ¡Ayúdala! ―gritaban invadidos por la ansiedad y apuntando a la ventana, donde una mujer se aferraba al pasador de apertura.
Al verme, la señora comenzó a gritar:
― ¡Si no la matan me lanzo!… ¡Lo juro por Dios que me tiro de aquí!
Seguí su mirada con la mía y vi las gavetas del escritorio regadas por el piso. Nada había allí que pudiera justificar una reacción tan desmesurada.
Apelando, desde luego, a unos consejillos maternos por fin logré que la dama depusiera su actitud y aceptara darme la mano para bajar del ventanal.
Todavía temblaba cuando me contó la causa de su arriesgado descontrol: ¡Una araña!
Ni siquiera se trataba de una tarántula o cualquier otro arácnido temible. Una simple e inofensiva arañita patas largas fue el disparador de la locura en una funcionaria «normal» y equilibrada, hasta el punto de considerar el suicidio arrojándose desde un sexto piso para alejarse de ella.
Aquel día pude experimentar en la realidad lo que había aprendido en mis clases de Psicopatología.
Entendí ―en vivo y directo― que cualquier persona, por más estable y ordenada que parezca puede llevar en su inconsciente un núcleo psicótico, el cual no se activa a menos que se presenten las condiciones para ello.
Mi consejo entonces es que revises tus fobias, examines de cerca los factores que te generan ansiedad, así como las pequeñas cosas que te alteran en la vida cotidiana y les sigas la trayectoria con miras a hacer prevención.
Tal vez seas capaz de adelantarte a los acontecimientos y evitar consecuencias lamentables.
Piénsalo. Eso de tirarte por una ventana o desgarrarte las vestiduras en público no es nada recomendable para tu buena reputación y mucho menos ayuda a conservar la salud.