
El síndrome de «La urraca sabia». ¿Lo conoces?
En el repertorio de las fábulas figura la historia de una urraca que un día amaneció con el deseo de arreglar su nido y dejarlo tan elegante como lo tenían las golondrinas.
Para lograr tal propósito, pidió ayuda a una de ellas. Esta se dispuso amablemente a colaborar con el pajarraco que habitaba en un frondoso árbol del vecindario.
Sus lecciones comenzaron indicándole que la mejor arcilla estaba bajo las piedras, a la orilla del río.
―¡Eso ya lo sé! ―contestó de inmediato la urraca― ¡A otra cosa!
―Muy bien ―siguió la golondrina―. Tienes que recoger en el bosque las ramas más tiernas.
―¡Lo sé también!
Así a cada recomendación que recibía, la urraca aseguraba conocer de antemano el procedimiento.
Su actitud de arrogancia era tal que terminó por cansar a la diligente consejera. La golondrina voló a ocuparse de sus asuntos, dejándole con el tradicional nido desastrado que tienen las urracas.
Un comportamiento semejante lo exhiben ciertos humanos persuadidos de ser unos sabios omnipotentes y entendedores de cuantos procesos personales o sociales uno pueda mencionar. Con un mohín desaliñado y una pose de estatua ecuestre descalifican a quienes podrían echarles una mano en los evidentes problemas que les aquejan.
Representantes de tan lamentable especie podemos encontrarlos en casi cualquier ámbito y la huella de su trabajo chapucero siempre es un estigma difícil de borrar.
Lo peor es que carecen de una mínima capacidad reflexiva y opinan sobre cualquier tema, tratando de imponer su voluntad por encima de todas las demás, como si les asistiera un poder divino o una especie de buscador Google en la cabeza, del cual sacar todas las respuestas.
Si alguien apunta al horrendo nido en que viven, suelen acudir a una manida justificación: «Los genios somos así, desordenados. Es nuestra naturaleza».
Tantas son las explicaciones que dan para lo que en realidad es un síndrome detestable, que a los más inteligentes no les queda otro remedio que imitar a las golondrinas y abandonarlos para ocuparse en cosas mejores que escuchar sandeces.
Lamentable es que algunas personas caigan en la trampa y les sirvan en obediencia fiel a sus órdenes porque, aunque parezca increíble, a veces las urracas mandan.