La rabia impotente. ¿Qué hacer con ella?
Te invito a hacer un ejercicio de imaginación. Piensa en un vehículo que tiene el motor encendido, pero que no va a ninguna parte.
Ponte en el asiento del conductor y acelera al máximo, dejando el pedal a fondo.
¡A ver!, cuenta el tiempo que puedes pasar aguantando la estridencia. ¿Cinco minutos? ¿Tres? ¿Uno?
Vamos, tú puedes. Esfuérzate un poco y quédate allí, impasible con el pie montado en el acelerador.
¿No puedes soportar tanto? ¿Te atormenta el ruido y la sensación de que el motor está por reventar?
Ya… Descansa, quita el pie y apaga el motor. Entiendo que unos engranajes girando a gran velocidad en el vacío, pueden desesperar al alma más sublime del ámbito celestial.
Ahora te pregunto: ¿No se parece esta imagen a lo que sucede en tu mente cuando le introduces toneladas de elementos rabiosos que no derivan en acción alguna, como no sea un golpe inútil a la pared, un reniego vulgar lanzado al aire o cualquier otra manifestación de impotencia?
¿Cómo crees que procesa tu sistema psicofisiológico semejante carga de energía inútil?
Te digo la respuesta de inmediato… ¡Enfermando!
Sí, enfermando porque la rabia es el factor interviniente en un gran número de trastornos psicosomáticos ―el infarto al miocardio, por ejemplo― que con el tiempo llegan a convertirse en lesiones graves y duraderas.
Esto por no mencionar los desbalances mentales que llevan a mucha gente a comportarse violentamente, a ser intolerantes y… para decirlo de una vez, a volverse bastante locos.
¿Qué hacer para mantener a raya los efectos nocivos de la rabia impotente?
En principio debo coincidir contigo en que no es nada fácil contenerse, cuando los medios de comunicación nos ponen al frente unos sucesos espantosos o cuando somos víctimas de atropellos cometidos por quienes parecen haber venido al mundo con el único fin de perjudicar a los demás.
¡Está bien! Tienes derecho a sentir indignación y maldecir como te dé la gana. Puedes entregarte a la catarsis, insultar a los personajes malvados que aparecen en la televisión o que habitan en tus pensamientos, matarlos en sueños despiertos y en general, vociferar a tu antojo contra todo lo que te genere ira.
Lo que no está tan bien es que te quedes allí, hecho un basilisco expuesto a enfermarte tú y atosigar con tus malestares a quienes te rodean. Ni ellos ni tú se lo merecen.
Para no incordiarte con más tareas enojosas, resumiré mis recomendaciones en tres pasos:
- Acepta sin remordimientos que tienes unas ganas locas de incendiar el planeta por los cuatro costados. Mientras no te propongas comprar bidones de gasolina y cerillas, no hay nada que temer.
- Del punto anterior se deriva el siguiente: Aprende a diferenciar la realidad de la fantasía. Esta es la clave primordial para diagnosticar al que le falta un tornillo de aquel que todavía está dentro de los límites de la cordura. Calcula hasta dónde alcanzan tus posibilidades de descarga tensional, cuidando de no incurrir en acciones destructivas motivadas por lo que tiene lugar en tu escenario mental. Una «película» creada por el enfado que sientes, dará a tu cerebro la sensación de que has hecho algo, aun cuando solo sea una producción interna al estilo de Terminator o cualquier otra cosa grotesca de esas que fabrica Hollywood.
- Construye un espacio de aislamiento ―real o imaginario― en el cual puedas refugiarte cuando el bombardeo es demasiado intenso. Apóyate en tus recuerdos de momentos gratos; habla con personas simpáticas que no se regodean en lo escandaloso; trabaja en un hobby o alguna actividad recreativa que te dé placer. Reduce la fricción de tus engranajes mediante la incorporación de fluidos lubricantes tales como el buen humor, la música de tu agrado, una buena comida o bebida y en definitiva, todo lo que te ayude a mantener un equilibrio saludable.
Piénsalo. Si recalientas y dañas tu motor emocional, ¿cómo vas a disfrutar del ambiente que te gusta, cuando los demonios causantes de la rabia hayan regresado al averno de donde salieron?
Mejor que seas tú el que ríe de último y no el que les acompañe en su horrible camino. ¿No crees?